Fuimos a ver A Behanding in Spokane de Martin MacDonagh, una puesta convencional en el casi caduco estilo de Broadway con Christopher Walken, famoso buen actor, viejo lobo de mar que aprovecha el extraordinario talento que tiene el autor para crear personajes lucidores y con un comillo que arrastra por todo el escenario logra complacer hasta al espectador más exigente.
Por su parte Sam Rockwell se planta en escena como si tuviera plomo en los pies, como solo los grandes los hacen, llenando de sutilezas al deprimido y solitario recepcionista de hotel que interpreta.
Los dos actores jóvenes cuyo nombre prefiero no recordar despertaron mis instintos asesinos con su estridencia y superficialidad, aunque a mi amiga Luz Emilia, crítica profesional de teatro, no le parecieron tan malos como mal dirigidos, yo pensé: mal dirigidos y malos.
El texto del virtuoso, gracioso, exitoso, joven y para colmo guapo MacDonagh, tal vez no supera lo hecho en la trilogía de Leenane pero sin duda logra su objetivo.
Crítico agudo de la estupidez humana, retrata sin miramientos el egoísmo, la falta de valores y la soledad de los seres humanos de nuestros días, pero lo que me resulta más interesante de él es su capacidad para conectar con los jóvenes, inclusive con los adolescentes, quienes ven su mundo reflejado sin piedad en sus textos llenos de “Fucks, de violencia, de soledad, y abrazan fuerte el tono fársico de su insolente, casi trasgresor humor negro;
¡MacDonagh es un genio!, dijo mi hijo de 16 años al terminar la obra, él y su amigo Mat, (ambos adolescentes que han estado intensamente expuestos al teatro y que en muchas ocasiones has expresado su desencanto por el mismo), salieron fascinados de la función, criticando la puesta en escena, alabando las actuaciones que les gustaron, pero sobre todo, ( y aquí lo poderoso que es el autor), discutiendo sobre el racismo, el lenguaje de la obra, lo que entendieron, lo que no entendieron y lo que piensan al respecto.
Yo pienso que eso es lo que debe hacer el teatro, crear un movimiento en el intelecto, en la emociones, plantear preguntas, incomodar, divertir... y esta obra lo logró.
Tal vez no fue la puesta en escena que me hubiese gustado ver, para mí le faltó tanto profundidad como complejidad a la dirección, me dio la impresión que el director temeroso de insultar al público, en su mayoría gringos turistas que sólo van al teatro a ver a sus estrellas y pasar un buen rato, evitó el riesgo mediante un tono casi caricaturizado para dejar muy claro que se trataba de una farsa, como si el hecho de ver a los personajes recogiendo manos sangrientas del piso para regresarlas a una maleta no fuera suficiente para reconocer lo botada de la realidad planteada, aunque cuando me acuerdo que el caníbal alemán que se anunció por Internet tenía una lista de espera de gente que quería ser devorada, me entran mis dudas.
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